Nunca muero en viernes. Espero a que mi mujer encienda la barbacoa en el jardín, el sábado a mediodía. Entonces me encierro en el invernadero y ardo. El domingo renazco de mis cenizas y salimos a pasear por el parque. En el vecindario ya murmuran sobre la afición de mi mujer por la carne a la brasa.